viernes, 16 de julio de 2010

EL FANTASMA QUE APARECIÓ EN EL CERRO SANTA LUCIA

EL FANTASMA QUE APARECIÓ EN EL «CERRO SANTA LUCÍA»

INTRODUCCIÓN

En nuestra constante búsqueda de antiguas fuentes de fenómenos anómalos comenzamos un relevamiento de los pliegos de poesía popular chilena de fines del siglo XIX con la intención de verificar muchos de los extraños sucesos allí mencionados. Concientes de que más allá del enriquecimiento poético, tales versos reflejaban hechos reales procedimos a seleccionar del cúmulo de documentos algunos que consideramos los más interesantes. Ello ha dado espacio a una serie de trabajos que iremos volcando en esta sección de Archivos Forteanos Latinoamericanos.

LAS HOJAS DE VERSOS EN CHILE

Citamos del excelente artículo de María Eugenia Góngora una magnífica semblanza de la poesía popular chilena: "Gracias a las descripciones de Rodolfo Lenz y a los trabajos posteriores de Juan Uribe Echevarría y de Antonio Acevedo Hernández, podemos conocer en alguna medida las condiciones de circulación de las hojas de versos, que están documentadas en Chile desde inicios de la década de 1860 (Uribe Echevarría, 1979). A propósito de la guerra de Chile con España. entre los años 1865 y 1866 se publicó un gran número de versos patrióticos, de nuevo en la guerra de 1879 contra Perú y Bolivia, los poetas populares participaron con una importante producción de poesía política, como volvió a suceder en el período que va de los años 1886 a 1896: La ascensión al poder del Presidente Balmaceda, sus enfrentamientos con diversos sectores populares y aristocráticos, la Guerra Civil que culminó en el derrocamiento y suicidio del Presidente, y por último el gobierno de Jorge Montt, caracterizado por una fuerte represión a los balmacedistas pero también a sectores populares simpatizantes del Partido Democrático.

Al mismo tiempo, los poetas trataron temas tradicionales, versos de amor, poemas religiosos, relatos de crímenes, de juicios, de fusilamientos, terremotos, accidentes, polémicas entre poetas, etc."


LOS POETAS POPULARES

"Los autores de esta poesía Bernardino Guajardo, José Hipólito Cordero, Adolfo Reyes, Rómulo Larrañaga (Rolak), Nicasio García, Abraham Jesús Brito, Daniel Meneses, "la poeta" Rosa Araneda como ella misma se llamaba fueron en su gran mayoría campesinos emigrados a Santiago; tenemos muy pocos datos biográficos sobre ellos, aunque algunos nos los proporcionan el propio Rodolfo Lenz, el autor costumbrista Antonio Acevedo Hernández y Juan Uribe Echevarría en sus estudios. Algunos de ellos fueron cantores y poetas al mismo tiempo, y en ocasiones vendían sus versos a los cantores de famosas fondas como la de la Peta Basaure en Santiago. Sabemos que vivían en las calles del antiguo centro: Bandera, Chacabuco, San Pablo, Huemul, Andes y Sama, puesto que la mayoría de ellos indicaba su nombre y dirección al pie de cada hoja de versos de su propiedad.

Si pensamos por otra parte en los receptores de esta poesía popular, parece claro que formaban parte de una población urbana de origen predominantemente campesino, al igual que los poetas populares.

Se trataba de un público con crecientes índices de alfabetización, compuesto por obreros y artesanos, sirvientes y vendedores ambulantes, pequeños comerciantes establecidos en mercados o "ferieros", soldados y mujeres de todos los oficios. En cuanto a la impresión, distribución, tiraje y frecuencia de las hojas, tenemos la información que nos proporciona el mismo Lenz en su estudio ya citado.

La impresión era costeada por los mismos autores y era ejecutada en pequeñas imprentas, muchas veces sin nombre y de las que se tiene solo la dirección; estas imprentas poseían un buen número de clichés de diversa procedencia y también los toscos grabados en madera que servían para ilustrar de preferencia las hojas de poesía "imprentada" como la llamaban entonces sus autores.

Por otra parte, y según los datos proporcionados por el poeta ciego José Hipólito Cordero a Rodolfo Lenz, las hojas salían cada dos semanas, aproximadamente, y en un tiraje mínimo de 3000 ejemplares, aunque según Cordero, "la Rosa Araneda" solía vender hasta 8 ó 10 mil ejemplares.

Cree Lenz que estos datos son inexactos y que las hojas de poesía salían más bien cuando se producía algún suceso extraordinario o en momentos importantes de la liturgia cristiana como la Navidad o la Semana Santa.

En cuanto a su distribución y venta, las hojas eran vendidas por los propios poetas en lugares concurridos como la Estación Central de Ferrocarriles o el Mercado, o bien por los mismos suplementeros que vendían los diarios de Santiago, tanto los "serios" como los humorísticos de la época.

Las hojas de los autores más famosos eran llevadas en tren a las provincias, según Rodolfo Lenz. El precio de venta de las hojas en la época que inicio su colección, (hace unos cien años), era de cinco centavos y todas llevaban un titular impreso en letras muy grandes, en general referido al contenido de uno solo de los poemas de la hoja.

Afirma Rodolfo Lenz: "[El título] debe ser sensacional y llamativo: "Combate entre bandidos y carabineros, dieziocho (sic) bandidos muertos" "Desgracia: Una hija que mata a la madre" "¡Viva la oposición! Ya cayó el tirano!" "Fusilamiento del reo Núñez", etc.

Las hojas mismas eran de diversos tamaños, pero la mayoría de las de la colección de Rodolfo Lenz miden 35 por 56 centímetros; hay algunas más pequeñas, las primeras, y otras excepcionalmente grandes, de 55x75 cm.

La parte superior de las hojas está normalmente ocupada por una ilustración, debajo de la cual se puede leer el titular y luego una cantidad variable de poemas, cada uno con su propio título. El número habitual de poemas es de cuatro o seis composiciones y en los pliegos grandes, diez o doce textos poéticos."

Luego de la erudita introducción entremos de lleno en el caso del "fantasma"

LA LIRA POPULAR

En «Cerro Santa Lucía»
apareció esta visión;
al ver el fantasma horrible
causó mucha admiración.
Les doy cuenta que un guardián
celaba su punto ríspero,
cuando en el tronco de un níspero
vio un gran bulto con afán;
un balazo bien sabrán
que tiró sin cobardía
el fantasma con porfía;
se le vino como un rayo
a las ancas del caballo
en «Cerro Santa Lucía.»
Viendo el bulto aproximado
otro tiro disparó,
y en el momento cayó
allí mismo desmayado;
su comisario lo ha hallado
sin habla y en aflicción,
él mismo dio explicación
de todos sus ademanes
y asustando a los guardianes
apareció esta visión.
Otro guardián ocupó
el mismo punto a la vez,
y al poco rato después
un triste suspiro oyó:
encima de un puente vio
una sombra muy terrible;
con un miedo indescriptible
huyó al sentir unos ruidos,
pasó a perder los sentidos
al ver el fantasma horrible.
El fantasma formalmente
les habló con voz muy rara;
que don Claudio le dejara
el campo a Enrique Sanfuente;
el policial de repente
se fugó de su facción,
corriendo con precisión
hasta verse libertado,
del suceso que ha pasado
causó mucha admiración.
Al fin, ya quiere emigrar
este pueblo de temor,
y aquel sitio de terror
nadie lo quiere ocupar;
también sintieron sonar
al lado de la Alameda
un rugido en esa rueda
como huesos de mujer,
y yo digo que han de ser
los restos de Balmaceda.

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La Lira Popular

ANÁLISIS

De la atenta lectura de este pliego de la Lira Popular se pueden extraer algunos nombres propios y situaciones que nos servirán de guía histórica para tratar de fechar el caso del supuesto aparecido.

El cerro Santa Lucía en el corazón de Santiago de Chile era el punto en el que se comenzó la construcción de la Alameda y el parque Forestal en el último cuarto del siglo XIX. La poesía menciona la existencia de guardias montados a caballo , por lo que ha de suponerse ya se encontraba inaugurado el flamante espacio verde.
De la genial inspiración de Benjamín Vicuña Mackenna surgió ese fantástico sitio en medio de la creciente urbe.

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Cerro Santa Lucía ca. 1890

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La Alameda a Fines del Siglo XIX

Benjamín Vicuña Mackenna (Santiago, 25 de agosto de 1831 - † Santa Rosa de Colmo, 25 de enero de 1886) fue un destacado político e historiador chileno. Fue hijo de Pedro Félix Vicuña y de Carmen Mackenna (Hija de Juan Mackenna), realizó sus estudios en el Instituto Nacional y la Universidad de Chile, graduándose de abogado en 1857.
Durante su paso por la intendencia (1872-75) realizó cuantiosos y desmedidos gastos para el hermoseamiento de la ciudad intentando imitar tendencias europeas, siendo su obra magna, el mencionado paseo del cerro Santa Lucía que perdura hasta hoy.

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Benjamín Vicuña Mackenna

La mención de dos nombres propios de los “labios” del supuesto espectro nos brindan una situación clara del tiempo histórico que el país vivía.


El fantasma formalmente
les habló con voz muy rara;
que don Claudio le dejara
el campo a Enrique Sanfuente;


A priori la mención de “don Claudio” parecería algo vago y poco claro sin embargo del análisis de la historia podemos deducir con bastante facilidad que ese apelativo correspondía nada menso que a Don Claudio Vicuña Guerrero ,a la sazón primo del mencionado Benjamín Vicuña
Nació en Santiago en 1833 y falleció el 28 de febrero de 1907. Fue hijo de Ignacio Vicuña Aguirre y de Carmen. Recorrió Europa en 1868 después de haber ganado una fortuna en la agricultura.
Fue elegido diputado por Santiago (1876-1879) y senador de la República por Santiago (1879-1885 y 1888-1894) declarado dimisionario de su cargo en 1891 por el Senado por decretar, como Ministro de Estado del régimen vencido, la convocatoria a un Congreso Constituyente.

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Claudio Vicuña Guerrero , Óleo de doña Teresa Viel de Vicuña. (1895)

En la Guerra Civil de 1891 fue fiel al presidente José Manuel Balmaceda, siendo su actuación muy vigorosa y excelente como ministro de Estado en la cartera de Interior (15 octubre de 1890-1891).
Aceptó el nombramiento y resistió el empuje avasallador y tremebundo de la rebelión parlamentaria. Desde ese momento hasta el 12 de marzo de 1891, en que dejó de ser Ministro para ser candidato presidencial, no decayó un momento en la defensa del poder y de los principios de orden, de represión y de salvaguardia. Contestó la provocación armada de la marina y de la mayoría del Congreso con toda la energía de sus patrióticos anhelos. Sin darse tregua o reposo atendió todos los ramos del servicio público para restablecer el orden y dominar la conjura.
El 8 de marzo de ese terrible año fue proclamado candidato a la Presidencia por todos los grupos liberales afectos a Balmaceda. El 25 de julio fue elegido Presidente de la República en los comicios electorales.
Como Presidente electo siguió luchando por el restablecimiento de la paz, y pasó a ser la primera figura del país después de Balmaceda.
Vencida su causa en las batallas de agosto a que él cooperó desde la intendencia de Valparaíso, se embarcó para Europa y después se estableció en Buenos Aires.
Su Gabinete fue acusado y condenado por el Congreso elegido en pos de la victoria revolucionaria. Desde Buenos Aires contestó la acusación en dos ocasiones y con manifiestos impregnados de virilidad y energía.
Desde el ostracismo contribuyó con dinero para la reorganización del Partido Liberal Democrático y para subvenir a los gastos de las conspiraciones que deberían estallar el 11 de diciembre de 1892 y el 8 de abril de 1893. (V. Fuentes Ezequiel, Abbos Padilla, Ramón y Blandot Holley, Anselmo)
En 1896 fue elegido presidente del Partido Liberal Democrático. Las rivalidades se acentuaron en su contra. En 1900 fue elegido senador por Coquimbo. En la Convención Liberal de 1900 se le ofreció la Presidencia de la República por algunos grupos que luego defeccionaron y le volvieron las espaldas. En uno de sus rasgos de espontaneidad e hidalguía renunció su candidatura y pidió que se sufragara por D. Germán Riesco.
El Partido Liberal Democrático se dividió en aquella campaña. Ya no fue presidente de toda la masa sino de una fracción, sin duda la más pequeña. La otra se cobijó bajo el ala protectora de los Sanfuentes, uno de los cuales llegó a la Presidencia cuando el Sr. Vicuña, decepcionado, víctima de los engaños de unos, de la falacia de otros y de la explotación de muchos, había pasado a descansar para siempre.
Lo llamaron iluso y ambicioso del mando, pero siempre fue abnegado patriota y de las más puras concreciones republicanas.


Por otro lado su reclamante Enrique Salvador Sanfuentes era precisamente su rival en la arena política de esos tumultuosos años de la historia chilena.
El gran sueño de Balmaceda, de unir a los numerosos grupos liberales, encontraría obstáculos insalvables, pues habían adquirido caracteres y modalidades diferentes, que se fueron agravando en el transcurso de las disputas políticas y por las ambiciones de mando.

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Enrique Salvador Sanfuentes

Esta situación de constantes discusiones fue generando un ambiente de desconfianza mutua entre el Parlamento y el Ejecutivo, lo que redundó en una continua rotativa de los equipos ministeriales del presidente al ser derribados por el Congreso, facultad que era una atribución propia del órgano legislativo.
Esta inestabilidad se tradujo en la generación de 13 ministerios, cifra absurda, nunca vista hasta entonces y que esterilizaba cualquier labor parlamentaria y hería el prestigio de la primera magistratura de la nación.

El cuadrilátero
En enero de 1889 Enrique Salvador Sanfuentes fue nombrado ministro de Industria y Obras Públicas -antes lo había sido de Hacienda-, y de inmediato los parlamentarios lo vieron como quien sucedería a Balmaceda, en una imposición de este último.

Los grupos liberales opositores, divididos hasta entonces, terminaron por unirse bajo el impulso del general recelo de todos ellos frente al presidente. Así, también durante 1889, los partidos Nacional, Radical, Liberal Doctrinario y Liberal Mocetón formaron una estrecha liga política conocida con el nombre de cuadrilátero, destinada a luchar por la libertad electoral y que obtuvo cuatro carteras ministeriales. Esto significaba para el mandatario la pérdida del control sobre la Cámara de Diputados y también del Senado. Su sueño de reformar la Constitución para impedir la preeminencia parlamentaria por sobre el Poder Ejecutivo había terminado.

Pero la desconfianza de los círculos liberales continuó acrecentándose, a pesar de la renuncia de Sanfuentes a la candidatura presidencial el 30 de mayo de 1890 y a la promesa de Balmaceda de no intervenir en la designación del próximo presidente.

Para obligar al mandatario a cambiar su ministerio por otro de corte parlamentario, y temiendo que surgiera otro candidato presidencial, la oposición aplazó la aprobación de la ley de contribuciones para 1891.
Balmaceda, que subestimaba las fuerzas electorales de la oposición, organizó entonces un ministerio de amigos personales, encabezados por Claudio Vicuña, afirmando que el nombramiento de los ministros solo dependía de la voluntad del presidente, lo que significaba romper definitivamente con el poder legislativo. Se estaba a un paso de la revolución.

Ambos personajes Sanfuentes y Claudio Vicuña eran rivales en ese momento político en el cual el presidente pendía de un hilo.
Tal es la repercusión de la disputa que el “fantasma” de Santa Lucía interviene en la lucha interna.

El siguiente elemento histórico perfectamente fechable es el que se refiere a “los restos de Balmaceda”.
Recordemos brevemente la biografía del presidente chileno:
José Manuel Balmaceda Fernández. Nació el 19 de julio de 1840 y falleció durante la Revolución de 1891. Fue presidente de Chile entre el 18 de septiembre de 1886 y se puso término a su mandato el 19 de septiembre de 1891.

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José Manuel Balmaceda Fernández

Fue hijo del senador Manuel José de Balmaceda y de Encarnación Fernández. Estudió en el Colegio Sagrados Corazones -de los Padres Franceses- en Santiago y en el Seminario Conciliar, lugar donde desarrolló una temprana vocación mística, la cual abandonó tiempo después pero sin volverse antirreligioso.
En 1865 fue designado secretario de Manuel Montt Torres, durante el trabajo de éste en el Congreso Americano de Lima. El ex-presidente marcó fuertemente a Balmaceda, especialmente su fuerza moral, su capacidad organizadora y la energía creadora.
Cofundador del diario La Libertad y orador del Club de la Reforma, entre 1870 y 1882 fue elegido en cuatro ocasiones consecutivas diputado por Carelmapu. En 1878 el presidente Aníbal Pinto lo nombró ministro plenipotenciario ante el gobierno argentino, logrando que las autoridades trasandinas se comprometieran a respetar la neutralidad durante la Guerra del Pacífico. Esta gestión le valió el aprecio de Domingo Santa María, quien lo designaría Canciller en su primer gabinete (1881), para convertirse después en su ministro del interior. Santa María lo tomó por su sucesor, por lo que fue designado en una convención liberal-nacional como candidato a la presidencia de la república. Su posible contendor, José Francisco Vergara, se retiró de la carrera presidencial y Balmaceda fue electo presidente de la República por 324 electores de 330.
Como apreciamos su fin en 1891 en medio de la revolución no coincide temporalmente con la disputa antes mencionada de Claudio Vicuña y Enrique Sanfuentes , la cual al renunciar Sanfuentes en 1890 había culminado. Tras las elecciones de 1891 fue elegido presidente el 25 de julio pero jamás llegó a asumir por el estallido de la revolución.

Se refiere La Lira a los restos de José Manuel Balmaceda muerto en setiembre de 1891 o a otro hecho anterior ?
Si hemos de guiarnos por la algidez mencionada en la disputa de Sanfuentes y Claudio Vicuña deberíamos situarnos en un punto de casi año y medio antes.

Indagando en la historia pudimos descubrir una muerte en la familia Balmaceda que sacudió por lo joven del fallecido. Nada menos que Pedro Balmaceda Toro , hijo menor del entonces presidente dejó de existir el 1 de Junio de 1889 a la temprana edad de 21 años. Era sin dudas una personalidad de una extrema sensibilidad: tocaba el piano, magnífico lector, escribía teatro, cuentos, ensayos...

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Pedro Balmaceda Toro

La vida y obra de Pedro Balmaceda Toro estuvo rodeada de un aura de decadente belleza, propia del simbolismo que lo inspiró: amaba los libros clásicos y las revistas francesas, Nouvelle Revue y la Revue de deux mondes, las obras de arte originales, la seda y los biombos chinos así como la lengua griega y sus diosas; había leído la crítica de Gautier, Musset y Saint Víctor; conocía en detalle la pintura francesa, sin haber estado jamás en Francia; su músico predilecto era Chopin. “Balmaceda quiso mantener su estilo y su persona en la cúspide del refinamiento parisiense, y no sólo leyó mucho más en francés que en cualquier otra lengua, sino que además dio semblanzas francesas a sus dos principales seudónimos, A. de Gilbert, el más famoso e ilustre y Jean de Luçon, que firmaba ciertos artículos de La Época recibidos de París”.
Curiosamente, su herencia más valiosa no se reconoce en los innumerables artículos de prensa firmados como A. de Gilbert, algunos de ellos recopilados póstumamente por Manuel Rodríguez Mendoza a solicitud de su padre, el ex presidente José Manuel Balmaceda en Estudios y ensayos literarios, sino más bien en su capacidad de reconocer los nuevos talentos artísticos - tanto plásticos como literarios- que emergían y convocarlos a las apasionadas tertulias que realizaba en su casa, que era por ese entonces la Moneda, la casa de gobierno. Asimismo, otro de sus legados fue la fundación del antiguo Ateneo de Santiago.
El caso más emblemático fue, sin duda, el respaldo que dio a Rubén Darío desde el momento que lo conoció en la redacción del diario La Época.

El talentoso joven , hijo el presidente , sin dudas era muy querido entre los poetas populares. Por ejemplo , Ño Bernardino Guajardo, decían , tenía un ojo malo y el otro regular, andaba con sus hojas impresas bajo el brazo y las voceaba de vez en cuando.
Según el historiador don Roberto Hernández, en su obra "El roto chileno"(1929), "es digno de compararse con el poeta popular de los gauchos, José Hernández.
Ño Bernardino, entregaba en cuadernillos su producción que titulaba "Poesía Popular" (1881). Balmaceda Toro escribía acerca de Guajardo: "Era pequeño’ vestía traje de campo, manta y sombrero de anchas alas. Sus versos, a veces, producían también el sonido característico de las espuelas.
Nada le faltaba para ser un original. Hacía versos, eso si que provenía del pueblo, y las grandes personalidades de la multitud sólo son aplaudidas en los mercados, en las estaciones, en las fiestas de Nochebuena, y nada más. Bernardino Guajardo imponía su talento y lo vendía muy barato. Todo en él era característico. Una mala imprenta daba a luz sus canciones. El anuncio de la nueva poesía de Guajardo circulaba por la mañana en la plaza de abastos, a la hora de las cocineras, y a la tarde se podía observar a un grupo de hombres, acurrucados en un rincón cualquiera de la calle o de un edificio en construcción, con el cigarro prendido y leyendo pausadamente, como para saborear hasta la menor idea, el sentimiento más insignificante de su pequeño Homero".
Es claro que los seguidores y hacedores de la poesía popular debieron verse seriamente afectados por la muerte del joven literato.

Este hecho quizás sea el que , en medio de las disputas de Sanfuentes y Vicuña , llamó la atención del creador del “EL FANTASMA QUE APARECIÓ EN EL «CERRO SANTA LUCÍA» , mencionándolo como “los restos de Balmaceda”.

Una hipótesis alternativa es la de tomar la expresión “los restos” en sentido peyorativo y asociarlo con un período de decadencia del gobierno de José Manuel Balmaceda , que a no dudarlo históricamente así era.

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El Diablo Acompaña a Balmaceda al Momento de Escribir su Ultima Carta .

Grabado Popular Colección Luis Amunátegui.

Efectivamente , el poeta era partidario de las filas de Enrique Sanfuentes en desmedro de Claudio Vicuña , quién era preferido por Balmaceda .Tal vez la asociación con la expresión “como huesos de mujer” pretende menoscabar la fortaleza del presidente quien seguramente muy afectado por la muerte de su hijo menor comenzó su período de decadencia tanto espiritual como política que a la postre lo llevaría al suicidio.

CONCLUSIONES

Todos los indicios llevan a confirmar que la historia en sí está muy lejos de pertenecer al ámbito paranormal. Efectivamente , la representación del fantasma es la de aquel que "habla u opina" sin ser visto , aquel al que le están permitidas todas las frases , por hirientes o peligrosas que fueran. Un personaje que empleaban los poetas populares para divulgar las más importantes noticias en una visión particular. Aunque sea muy dificultoso de determinar a cual de los dos Balmaceda, padre o hijo se refiere la expresión "los restos de Balmaceda" , es evidente que cualquiera de las dos muertes fueron hechos traumáticos para parte del pueblo chileno.

Estamos seguros que el análisis de este tipo de documentaciones puede ser de utilidad en el rastreo del origen de muchas leyendas o supersticiones históricas o urbanas . Estos retazos de historia plasmados en la poesía popular , son sin dudas , un magnífico material de indagación desde la óptica de los fenómenos anómalos . Instamos a nuestros colegas a trabajar en este sentido con los centenares de documentos que aún restan por estudiar en forma imparcial.

REFERENCIAS

1. Castillo Infante, Fernando; Cortés, Lía; Fuentes, Jordi. Diccionario Histórico y Biográfico de Chile (Editorial Zig Zag, 3ª. Edición, diciembre 1999)

2. Figueroa, Virgilio (Virgilio Talquino) Diccionario Histórico Biográfico y Bibliográfico de Chile. Tomo V y último (1800-1931) Establecimientos Gráficos Ballcells & Co, Santiago, 1931, pgs. 1043-1045.

4-Plath, Oreste: Ño Bernardino Guajardo, Pedro Balmaceda y Rubén Darío ; Diario "La Estrella" (Valparaíso, Chile), viernes, 18 octubre 1991, p. 4

5- La Lira Popular, poesía popular impresa en el siglo XIX, Editorial Universitaria, 1999, Santiago de Chile.

6-Góngora , María Eugenia : La poesía popular chilena del siglo XIX.

7-Lenz , Rodolfo. Sobre la poesía popular impresa de Santiago de Chile, contribución al folklore chileno. Santiago: [s.n] 1894. 151p.

8-Góngora , Mario : Ensayo Histórico sobre la Noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX. Santiago, Editorial Universitaria, 1986, 64-68.

9- Navarrete Araya, Micaela: Balmaceda en la poesía popular: 1886-1896, Santiago: DIBAM, Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, 1993.

Agradecimiento:

Agradecemos la especial atención del señor Osvaldo Guzmán Muñoz, Bibliotecario Administrativo quien facilitó la imagen del Óleo de Claudio Vicuña Guerrero obtenida de la bóveda del Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna (Biblioteca Histórica) así como también sus datos biográficos

Copyright ® 2007 Liliana Núñez Orellana y Fabio Picasso

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